Domingo 34 B 2012 Cristo Rey

Maniatados por la Verdad

Entró de nuevo Pilato en el Pretorio y llamó a Jesús.
Y le preguntó:
– ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le respondió:
– ¿Dices esto por ti mismo o bien otros te lo han dicho de mí?
Pilato replicó:
– ¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes son los que te han entregado a mí ¿Qué hiciste?
Jesús respondió:
– Mi realeza no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
– Entonces, ¿tú eres rey?
Jesús respondió:
– Tú dices que Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para testimoniar la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz (Jn 18, 33-37).

Contemplación
Jesús maniatado ante Pilato. ¡Qué imagen de nuestro Rey!
¿Y de qué hablan? Del poder y de la verdad.
¿Eres el Rey de los judíos?, le pregunta Pilato.
¿Lo preguntas por ti mismo o porque te lo dijeron…?
…………
El Señor sale con los tapones de punta –justo Él, que después entrará en un silencio impenetrable para los que lo condenan-.
Pilato no se pudo sustraer a este hombre que con una frase lo implicó personalmente. Eso era justamente lo que Pilato no quería. El quería zafar. Eso se ve claro después, cuando haga la pantomima de lavarse las manos. Esta era su intención desde el comienzo, igual a la de tantos políticos cuya principal preocupación no es el bien común sino cómo queda su poder y su imagen.
Pero a su primera pregunta (quizás se descuidó y en vez de citarle los cargos “se le acusa a ud. de…” sintió curiosidad por el personaje) el Señor le retruca: “esto te interesa a ti o simplemente es una manera de expresar lo que otros te dijeron”.

Pilato se defiende instintivamente, mostrando la hilacha. Decir “¿Acaso soy yo judío?” es una manera muy despectiva de decir “la cosa no me interesa en absoluto personalmente”, es un problema entre ustedes: “Tus compatriotas y tus autoridades te han entregado a mí”. Y agrega “qué hiciste”, con lo cual termina de tomar infinitas distancias y poner todas las murallas posibles entre este judío y él.

Pero ya es tarde, porque el Señor ahora le responde su primera pregunta. Le dice: “mi realeza no es de este mundo…”, y lo torea de nuevo: “si no, mi gente hubiera combatido”. Y Pilato vuelve a “entrar” como decimos. Porque no hace caso a lo de que los partidarios de Jesús pueden tener capacidad de combate sino que vuelve a preguntar, no sabemos si con curiosidad personal o con ironía de juez que constata la confesión del acusado: “¿Entonces Tú eres Rey?”.

Por la respuesta de Jesús podemos deducir que el tono fue el del juez que piensa que el acusado ha confesado su culpa y piensa “el pez por la boca muere”, porque el Señor vuelve al ataque diciendo “eso lo dices tú” como quien dice “no me hagas decir lo que vos querés”. Y sin esperar respuesta el Señor avanza más hondo: “para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” y lo interpela de nuevo: “el que es de la verdad escucha mi voz”. Aquí Pilato zafa con el famoso “y qué es la verdad” y se escapa sin esperar respuesta.

Cada vez que uno se mete en la escena y revive el diálogo entre el Jesús y Pilato la realeza del Señor se agiganta.
A veces, en los debates entre grandes personajes, uno admira al que se enseñorea del diálogo y marca la diferencia no solo por lo que dice, sino por el tono, por los gestos, por el manejo de los tiempos, por la agudeza para captar a dónde va el otro… Aquí Jesús se revela como Señor y Rey del diálogo. En general, los diálogos del Señor en el evangelio son cortos. La gente sencilla y sus amigos le hacían una pregunta, dos a lo sumo, y luego recibían la enseñanza y la explicación. Con Pilato, las preguntas y los retruques son varios. Es que no era cualquiera, representaba a Roma, lo que equivale a decir “El poder”. No se si ha habido poder más grande en la historia. Quizás hoy hay más concentración de poder militar o económico en las grandes potencias, pero la conciencia que tenían los funcionarios romanos del poder que representaban y ejercían no tiene parangón con la conciencia y el manejo del poder de los funcionarios actuales. Tal vez por eso el Señor entabla diálogo con Pilato y lo sostiene. Como ejemplo de cómo debe ser nuestro diálogo con el poder, con todos los poderes de todas las épocas.

Aquí nos quedamos.

¿Cómo debe ser nuestro diálogo con el poder en la actualidad?

Hay un aspecto, el de la fuerza de los que ejercen el poder, frente a la cual no podemos hacer mucho. Estamos a merced de poderes inmensos, capaces de desencadenar guerras, de hacer desaparecer gente, de consumir en poco tiempo la vida del planeta sin importarles las próximas generaciones. Aquí quizás nos ayude la imagen de Jesús maniatado y a merced de lo que decidan otros. Aunque el discurso público de los poderosos afirme que nadie está maniatado, que cada ciudadano es libre y que no existe la esclavitud, es bueno agudizar la conciencia de las esclavitudes modernas. Para no enojarse mal cuando el sistema “no funciona como tendría que funcionar” (uno encuentra que los hospitales son para todos pero sacar un turno requiere semanas, que lograr justicia lleva a veces la vida entera, que no es verdad que los impuestos que nos han sacado del sueldo han ido para que haya luz, limpieza y no se inunde la ciudad, que los transportes no tienen mantenimiento…). Uno se da cuenta cuando ve las guerras que se desatan y toma conciencia de que los mismos que ordenan esas guerras son los que “negocian” en supuesto pie de igualdad con los países pequeños. Pues bien: el Señor no enfrentó a estos poderes con sus legiones de ángeles. La fuerza de los poderosos acabó con su vida como con la un innumerable cantidad de personas a lo largo de la historia. Jesús maniatado ante Pilato es una imagen de las víctimas de la tragedia de Once –maniatados como ganado en el tren que no frenó-, de todas las María Soledad, Candela y Marita Verón, maniatadas para ser sometidas, de todos los trabajadores y trabajadoras esclavos, maniatados a sus máquinas de coser, de todos los ancianos y ancianas de tantos asilos, maniatados a sus camas porque no hay quién los cuide de noche…

Sin embargo, el Señor que no lucha por desatarse las manos y comparte la suerte de todos los maniatados de la historia, tiene un rol muy activo en lo que hace a la verdad. Y siguiéndolo a Él, también cada uno de nosotros, allí donde se ve maniatado, puede dar testimonio de la verdad. No se trata de una tarea menor o poco efectiva. Jesús dice que en realidad para realizar esa misión vino el al mundo. Para eso he nacido y vine al mundo: para dar testimonio de la verdad.

¿Qué verdad?
En primer lugar, se trata de “escucharla”. Jesús dice que “el que es de la verdad escucha su voz”. O sea: lo contrario de lo que hizo Pilato. Los poderosos “no escuchan” ninguna verdad. Establecen la suya y nos hacen tragar sus discursos por todos los medios. Nosotros, como discípulos de Cristo, en cambio, somos gente que tiene abierto el oído a la Verdad, gente que tiene sed de escuchar la Verdad de labios de Jesús. Esta es la primera verdad. Antes que este o aquel contenido, la verdad requiere gente con un oído que se agudiza y se ensancha, atento y esperando siempre a que el Señor haga oír su voz. Eso es “ser de la verdad”.

¿Sirve de algo ser de la verdad? ¿Sirve de algo ser de los discípulos que “escuchan la voz de Jesús”?
Vaya si sirve. El Señor dice que “la verdad nos hará libres”. La verdad sirve para ser personas libres. Personas dueñas de su historia y de su propia vida, que se hacen cargo de sí mismas y de los que aman, personas que piden perdón de sus pecados, porque se hacen responsables de sus acciones, personas que se hacen responsables de las obras que encarnan el amor a los pobres, personas que tienen pertenencia y se juegan por los demás.

Hay que saber que detrás de todo sometimiento a un poder que esclaviza hay una mentira (no solo se trata de ignorancia o de errores sino de mentira). Y “estar abierto a la verdad, escucharla con fe y ponerla en práctica con amor nos hace libres”, nos libera de la mentira, del autoengaño, de la máscara y del lavado de manos.

¿Qué más?
No solo podemos escuchar –más y mejor- la Verdad sino que podemos dar testimonio de la verdad.
Dar testimonio de que Jesús es la verdad: sus palabras y su vida entera son La Verdad. ¿Cuál Verdad? La Verdad que nos pone en sintonía con Jesús.
Jesús nos revela que el Padre nos creó por amor y que él vino a este mundo a testimoniar que este amor es verdad y lo hizo amándonos hasta dar su vida por nosotros.
Escuchándolo hablar con Pilato, uno siente que no es un diálogo inventado. En ese diálogo podemos entrar en contacto con el que es –precisamente- la Palabra, la Verdad.
Eso es la fe: el cariño y la adhesión incondicional que suscita Jesús maniatado dando testimonio de la verdad.

Esta Verdad nos saca todos los miedos, nos potencia todas las esperanzas, le da sentido a todos nuestros sufrimientos y nos activa el deseo de darnos a los demás.

Fijate dónde estás “maniatado” por tu amor a los demás, dónde te maniató el poder anónimo que rige este mundo por no ser de los que zafan sino de los que se comprometen. Allí, maniatado de pies y manos, tu corazón está libre, y podés dar testimonio de la Verdad. Que sos muy amado y que amás a Dios y a los demás.
Diego Fares sj

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