Domingo 2 B 2012

Un Jesús transitable

Estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos
y, mirando a Jesús que pasaba, dijo:
«Este es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó:
«¿Qué quieren?»
Ellos le respondieron:
«Rabí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?»
«Vengan y lo verán», les dijo.
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día.
Era la hora décima (las cuatro de la tarde).
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo:
«Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro” (Jn 1, 35-42).

Contemplación
Fano está inspirado. Su dibujito de Jesús Camino, hecho con tierra de todos los terrenos, surcado de hondonadas y horizontes, hecho de tierra y cielo, camino ancho que viene de abajo, caminito estrecho que se adentra en su Corazón, es una bellísima imagen que da cuenta de lo que sintieron Andrés y Juan cuando le fueron a contar a Simón que habían encontrado al Mesías.
Lo que para ellos fue encontrar al Mesías para nosotros es encontrar Alguien así, caminable, como el Jesús de Fano.
Un Jesús más navegable que internet, de fácil acceso, abierto a todos, un Jesús transitable, a quien se puede seguir hasta llegar adonde habita y quedarse con él toda la tarde. Un Jesús en quien el tiempo de los llamados –la hora décima- está siempre con la agenda libre para quien quiera acudir a entrevistarse con él. Un Jesús Camino que se conecta con todos los caminos, como se ve en la parte baja de su túnica que empalma con el camino de tierra que viene de su Pueblo.
Un Jesús a quien se puede acceder por todas partes: esa es la imagen linda de las fracturas de terreno y de los caminos que enganchan desde abajo, sin que se vea dónde pero sí que van todos para el mismo lado, para la altura del corazón del Señor.
Todo el evangelio nos habla de seguimiento: Jesús que pasa, los primeros discípulos que lo siguen; el “vengan y vean”, el ir con Él y quedarse, el ir a buscar a otros… Todo es camino. Pero camino alegre, camino amigable, camino hecho por el que se puede ir y venir, salir y regresar… Por eso es un tesoro que alguien nos dibuje esta profundidad accesible de Jesús de Nazaret. Porque nos lo han vuelto complicado, medio inaccesible, lejano, difícil de transitar… Y Jesús no es así. Jesús pasa y si ve que lo seguimos se da vuelta y nos dice qué querés y si uno se anima a preguntarle dónde vive ahí nomás nos invita y nos podemos quedar con él.
Anunciar a Jesús es anunciarlo transitable o no anunciar nada. Si el camino no llega hasta la puerta de tu casa no es camino. Si no pasa por la ribera donde andas pescando y si su casa no queda a unas pocas cuadras de la tuya no es camino. Si no se puede empalmar desde cualquier ruta paralela por la que te hayas metido no es el camino. Si no es de ida y vuelta, no es el camino. Si sólo vos tenés que caminar siguiendo a un Jesús va adelante, no es el camino. Jesús camino es de bajada también: él es el que viene, el que pasa a tu lado, el que te va a buscar y te carga en hombros como a la ovejita perdida o se te acerca cuando estás apaleado. El no solo es el Camino que conduce al Padre sino el que baja de Jerusalén a Jericó.
Bueno, cada uno se puede quedar contemplando el Jesúscamino de Fano e ir sintiendo con los pies su accesibilidad, como cuando uno pone los pies en las cintas o en las escaleras mecánicas y sube o camina al mismo tiempo que se deja llevar.
El dibujito tiene Evangelio –color evangélico, movimiento evangélico, materiales evangélicos- y pone la mirada a caminar alegremente recorriendo sonrisas y personajes, deteniéndose aquí y allá, subiendo y bajando… La oración es dejar que Dios con su pincelito nos dibuje estas imágenes de su Hijo en el alma: imágenes camino, imágenes que movilizan y dan sentido a nuestro caminar, imágenes que alimentan nuestra sed de ver horizontes que nos motiven a amar.
Y como siempre, paso al Hogar. Un amigo se reía de mi monotematismo: “te escucho predicar y cuento cuántas veces mencionás el Hogar”. Y yo le decía que por un lado es mi vida, pero por otro es lo único que le llega a la gente, como me dijo una vez uno en una misa en el Hogar en la que me metí en teologías y reflexiones varias hasta que me di cuenta de que estaban en otra y saqué un cuentito de Menapace. Después de misa se acercó este y me dijo: primero no lo entendía nada pero cuando contó el cuentito ahí sí que entendí todo”.
Las pequeñas historias del Hogar son transitables, llegan al corazón –no se detienen en los pensamientos sino que inciden, tocan –a veces acarician el alma y otras pegan duro-; y no sólo llegan sino que invitan, hermanan, hacen sentir que caminamos juntos, que vamos para el mismo lado, que uno tiene compañía.

En esto del Camino, hay uno al que le suelo esquivar y que ayer y anteayer fue muy lindo de recorrer. Es el camino de la cola para entrar al segundo turno del comedor. Hace tres días lo recorrí sintiéndome mal: ya se veía que “sobraba” gente. Los pibes que caen a última hora se amontonan en torno a algún amigo que está en la cola y se cuelan. Y los que están atrás haciendo bien la fila no se animan a decirles nada. Qué quiere, padre, que los saquemos a empujones… Los que se cuelan se hacen los giles: todobien, no pasa nada, cura. Yo estoy desde temprano lo que pasa es que fui enfrente un minuto… El guardia me dice que siempre es así, sólo que suele haber lugar para todos, pero que ahora que viene más gente se nota; el policía dice que él tampoco puede hacer nada porque se van metiendo… Yo recorrí la fila diciendo que no había lugar para todos y que por favor no se colaran, que yo no era policía y que si ni la policía podía hacer algo qué le iba a hacer… La gente de atrás desviaba la vista o bajaba la cabeza… Alguno musitaba una queja, otro un pedacito de protesta… Lo que más pena da es cuando la gente ni siquiera se enoja… En otros ámbitos si un vivo se quiere colar la gente lo llena de insultos y capaz que lo sacan a empujones. Pero entre los “sobrantes”, entre los “no ciudadanos” no hay ley: todo es a los empujones y el que está solo no puede “unirse” a otros ciudadanos contra una bandita que actúa en patota, porque después te los encontrás en la plaza y te fajan.
Recorrer ese caminito de 50 metros me hizo sentir como que me salía de la ciudad. Estás en medio de Buenos Aires en el 2012 y de golpe se abre un agujero negro que se traga la justicia, la civilización, la solidaridad.
Ahí nomás se pasa todo porque la mayoría entra a comer y los diez que quedaron afuera se dispersan… Pero todos fuimos testigos impotentes de un acto de injusticia. Que no alcance la comida es un límite y es difícil que uno se muera de hambre en el centro (dos se le colaron a Juliana en su comedor, como si fueran empleados de San Pablo que van a comer ahí al mediodía y después que se morfaron un bifecito con puré se fueron sin pagar diciendo que los habían mandado del Hogar y que creían que era gratis). Pero que el lugar donde queremos incluir se nos convierta en lugar de exclusión es algo que no se puede tolerar. Mirando a los que estaban amontonados colándose y a los que quedaban atrás en silencio, sentía esta indignación y ahí fue que escuché una vocecita, que no se de quien fue, porque cuando miré todos estaban mirando para otro lado, que dijo: haga algo ud., padre.
Yo busqué con los ojos para ver quién había hablado pero la cosa quedó entre tres que podían ser, aunque una cara se me quedó grabada: era de uno que viene siempre y hoy se quedaba afuera por los colados.
Después pensaba que igual todo viene bien, porque así la gente valora el sacar tarjeta y charlar con una asistente, lo cual le da derecho a entrar en el primer turno y se nota bien la diferencia: el que no da un paso más hacia lo que le va ofreciendo el Hogar, queda a merced de la ley de la calle…
De todas maneras sentí que si nadie hacía nada yo tenía que hacer algo aunque fracasara y me fui a comprar unos talonarios de números (tuve que caminar como diez cuadras al calor del mediodía por agarrar para el lado de Once en vez de ir a la librería de Pichincha) para dar al día siguiente.
El guardia me había dicho que ya lo habíamos intentado y que no había servido de mucho, pero igual dije que lo íbamos a intentar.
Y anteayer y ayer dimos números y algo cambió. Recorrer la cola dando un numerito a cada uno fue un momento muy lindo. Cuando le di a los dos primeros sentí que tenía un saborcito especial cortar el papelito y ponerlo en los dedos del otro. Me lo hizo sentir la manera como extendían la mano y lo agarraban. Se armó un clima respetuoso. Esa es la palabra: respetuoso. Ahora que escribo caigo en la cuenta de que es porque tengo los dedos acostumbrados a tomar la hostia entre las yemas y ponerla en la mano o en la boca de cada persona. Fue la misma sensación con el papelito y creo que la gente lo sintió porque iban agarrando cada uno el suyo con mucha unción. Yo primero miraba el número para cortarlo bien por el troquelado, pero, como decía, debió ser ese recuerdo táctil de la eucaristía lo que me llevó a levantar la mirada y mirarlo a los ojos al tercero y preguntarle como se llamaba. Ahí fue que la entrega de números cambió: repartí 51 números y me compartieron 51 nombres, muchos de los cuales ya olvidé, pero puedo reconstruir casi todas las miradas. Así fue que el caminito de la cola lo recorrí como dando la comunión.
La cuestión es que todo el mundo agradeció, les pareció que así era más justo y hasta nos divertimos un poco porque uno contó al otro día que le había jugado a la quiniela y le salió… Nadie se coló. Los que quedaron afuera el primer día se notó que era porque vinieron sobre la hora y al otro día vinieron antes y todo fue en paz. En paz porque fue justo. Todos pudieron caminar en paz esos metros de cola para entrar a comer en el Hogar.
Ya se que es una justicia pobrecita, que se da en medio de un océano de injusticias.
Pero no por eso dejar der ser absoluta en su transitoriedad: un acto de justicia es un acto de justicia. Y vale.
Además, refresca el alma y la fe porque sigue siendo verdad que a Jesús se lo encuentra por el camino y que los ojos se abren al realizar gestos como los de dar un numerito que son los mismos del partir el pan.
Diego Fares sj

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